Liderazgo participativo
El liderazgo democrático o participativo involucra a todos y todas las trabajadoras que forman parte del equipo en el proceso de toma de decisiones. Este estilo fomenta la colaboración y el compromiso, ya que los empleados y empleadas se sienten valorados y escuchados. Hoy en día, todo estilo de liderazgo se asienta, en mayor o menor medida, sobre esta tipología.
Claves del liderazgo participativo
El liderazgo participativo se asienta sobre la idea de que valorar las opiniones y contribuciones de los demás fomenta un ambiente de cooperación y respeto mutuo altamente beneficioso para el desempeño de la plantilla y el futuro de la organización.
El concepto de liderazgo participativo tiene sus raíces en la teoría democrática de liderazgo, desarrollada a mediados del siglo XX. Uno de los primeros en teorizar sobre el mismo fue Kurt Lewin, psicólogo social, quien identificó tres estilos de liderazgo: el autocrático, el democrático o participativo y el laissez-faire. Lewin señalaba que el estilo democrático o participativo tenía un impacto más positivo en la satisfacción y la productividad de los grupos de trabajo respecto a los otros estilos. Parte de la base de que a las personas les gusta asumir responsabilidades.
En esta modalidad de liderazgo, la toma de decisiones parte de un proceso de debate colectivo en el cual el líder hace las veces de consejero. Se trata pues de una persona experta que influye a través del asesoramiento y logra con ello:
Involucrar a los trabajadores y trabajadoras en el proceso de toma de decisiones, considerando sus ideas y opiniones antes de tomar una decisión final.
Fomentar una comunicación positiva, clara, abierta y bidireccional, asegurando que todas las personas implicadas estén informadas y se sientan libres de expresar sus pensamientos y preocupaciones. Crea, para ello, un entorno de seguridad y comodidad para expresarse abiertamente, sin el temor a recibir críticas destructivas o reproches.
Constituir relaciones basadas en la confianza y el respeto mutuo, valorando las contribuciones de cada persona.
Delegación de tareas y responsabilidades, para que los empleados y empleadas tengan un mayor control sobre su trabajo y puedan desarrollar sus habilidades y capacidades en función de su punto de vista o preferencias, de tal forma que se puedan sentir realizados y dueños y dueñas de su propio trabajo.
Promover un ambiente de colaboración y trabajo en equipo, alentando a los empleados y empleadas a trabajar juntos para alcanzar objetivos comunes, lo cual sienta las bases para un escenario donde se propicia la retroalimentación constructiva y donde se fomenta el desarrollo de conocimiento.
El liderazgo democrático o participativo resulta más eficaz a largo plazo y más efectivo, sin embargo, sus procesos pueden resultar más lentos, al ser partícipes, y requieren de altas dosis de inteligencia emocional por parte de los empleados y empleadas, además de implicación activa.
También puede requerir habilidades de mediación y resolución de conflictos, pues algunas opiniones pueden resultar polémicas y suscitar controversia. Cierto es que no todas las decisiones podrán ser tomadas de manera participativa. Los y las líderes han de saber cuando la última responsabilidad cae en su persona, especialmente ante situaciones de crisis que necesitan de respuestas rápidas.